Prof. Corina Laita
Julio Cortázar
(1914-1984)
No se culpe a nadie
(Final del juego, 1956)
(1914-1984)
No se culpe a nadie
(Final del juego, 1956)
El frío complica siempre
las cosas, en verano se está tan cerca del mundo, tan piel contra piel, pero
ahora a las seis y media su mujer lo espera en una tienda para elegir un regalo
de casamiento, ya es tarde y se da cuenta de que hace fresco, hay que ponerse
el pulóver azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje gris, el otoño es un
ponerse y sacarse pulóveres, irse encerrando, alejando. Sin ganas silba un
tango mientras se aparta de la ventana abierta, busca el pulóver en el armario
y empieza a ponérselo delante del espejo. No es fácil, a lo mejor por culpa de
la camisa que se adhiere a la lana del pulóver, pero le cuesta hacer pasar el
brazo, poco a poco va avanzando la mano hasta que al fin asoma un dedo fuera
del puño de lana azul, pero a la luz del atardecer el dedo tiene un aire como
de arrugado y metido para adentro, con una uña negra terminada en punta. De un
tirón se arranca la manga del pulóver y se mira la mano como si no fuese suya,
pero ahora que está fuera del pulóver se ve que es su mano de siempre y él la
deja caer al extremo del brazo flojo y se le ocurre que lo mejor será meter el
otro brazo en la otra manga a ver si así resulta más sencillo. Parecería que no
lo es porque apenas la lana del pulóver se ha pegado otra vez a la tela de la
camisa, la falta de costumbre de empezar por la otra manga dificulta todavía
más la operación, y aunque se ha puesto a silbar de nuevo para distraerse
siente que la mano avanza apenas y que sin alguna maniobra complementaria no
conseguirá hacerla llegar nunca a la salida. Mejor todo al mismo tiempo,
agachar la cabeza para calzarla a la altura del cuello del pulóver a la vez que
mete el brazo libre en la otra manga enderezándola y tirando simultáneamente
con los dos brazos y el cuello. En la repentina penumbra azul que lo envuelve
parece absurdo seguir silbando, empieza a sentir como un calor en la cara
aunque parte de la cabeza ya debería estar afuera, pero la frente y toda la cara
siguen cubiertas y las manos andan apenas por la mitad de las mangas, por más
que tira nada sale afuera y ahora se le ocurre pensar que a lo mejor se ha
equivocado en esa especie de cólera irónica con que reanudó la tarea, y que ha
hecho la tontería de meter la cabeza en una de las mangas y una mano en el
cuello del pulóver. Si fuese así su mano tendría que salir fácilmente, pero
aunque tira con todas sus fuerzas no logra hacer avanzar ninguna de las dos
manos aunque en cambio parecería que la cabeza está a punto de abrirse paso
porque la lana azul le aprieta ahora con una fuerza casi irritante la nariz y
la boca, lo sofoca más de lo que hubiera podido imaginarse, obligándolo a
respirar profundamente mientras la lana se va humedeciendo contra la boca, probablemente
desteñirá y le manchará la cara de azul. Por suerte en ese mismo momento su
mano derecha asoma al aire, al frío de afuera, por lo menos ya hay una afuera
aunque la otra siga apresada en la manga, quizá era cierto que su mano derecha
estaba metida en el cuello del pulóver, por eso lo que él creía el cuello le
está apretando de esa manera la cara, sofocándolo cada vez más, y en cambio la
mano ha podido salir fácilmente. De todos modos y para estar seguro lo único
que puede hacer es seguir abriéndose paso, respirando a fondo y dejando escapar
el aire poco a poco, aunque sea absurdo porque nada le impide respirar
perfectamente salvo que el aire que traga está mezclado con pelusas de lana del
cuello o de la manga del pulóver, y además hay el gusto del pulóver, ese gusto
azul de la lana que le debe estar manchando la cara ahora que la humedad del
aliento se mezcla cada vez más con la lana, y aunque no puede verlo porque si
abre los ojos las pestañas tropiezan dolorosamente con la lana, está seguro de
que el azul le va envolviendo la boca mojada, los agujeros de la nariz, le gana
las mejillas, y todo eso lo va llenando de ansiedad y quisiera terminar de
ponerse de una vez el pulóver sin contar que debe ser tarde y su mujer estará
impacientándose en la puerta de la tienda. Se dice que lo más sensato es
concentrar la atención en su mano derecha, porque esa mano por fuera del
pulóver está en contacto con el aire frío de la habitación, es como un anuncio
de que ya falta poco y además puede ayudarlo, ir subiendo por la espalda hasta
aferrar el borde inferior del pulóver con ese movimiento clásico que ayuda a
ponerse cualquier pulóver tirando enérgicamente hacia abajo. Lo malo es que
aunque la mano palpa la espalda buscando el borde de lana, parecería que el pulóver
ha quedado completamente arrollado cerca del cuello y lo único que encuentra la
mano es la camisa cada vez más arrugada y hasta salida en parte del pantalón, y
de poco sirve traer la mano y querer tirar de la delantera del pulóver porque
sobre el pecho no se siente más que la camisa, el pulóver debe haber pasado
apenas por los hombros y estará ahí arrollado y tenso como si él tuviera los
hombros demasiado anchos para ese pulóver, lo que en definitiva prueba que
realmente se ha equivocado y ha metido una mano en el cuello y la otra en una
manga, con lo cual la distancia que va del cuello a una de las mangas es
exactamente la mitad de la que va de una manga a otra, y eso explica que él
tenga la cabeza un poco ladeada a la izquierda, del lado donde la mano sigue
prisionera en la manga, si es la manga, y que en cambio su mano derecha que ya
está afuera se mueva con toda libertad en el aire aunque no consiga hacer bajar
el pulóver que sigue como arrollado en lo alto de su cuerpo. Irónicamente se le
ocurre que si hubiera una silla cerca podría descansar y respirar mejor hasta
ponerse del todo el pulóver, pero ha perdido la orientación después de haber
girado tantas veces con esa especie de gimnasia eufórica que inicia siempre la
colocación de una prenda de ropa y que tiene algo de paso de baile disimulado,
que nadie puede reprochar porque responde a una finalidad utilitaria y no a
culpables tendencias coreográficas. En el fondo la verdadera solución sería
sacarse el pulóver puesto que no ha podido ponérselo, y comprobar la entrada
correcta de cada mano en las mangas y de la cabeza en el cuello, pero la mano
derecha desordenadamente sigue yendo y viniendo como si ya fuera ridículo
renunciar a esa altura de las cosas, y en algún momento hasta obedece y sube a
la altura de la cabeza y tira hacia arriba sin que él comprenda a tiempo que el
pulóver se le ha pegado en la cara con esa gomosidad húmeda del aliento
mezclado con el azul de la lana, y cuando la mano tira hacia arriba es un dolor
como si le desgarraran las orejas y quisieran arrancarle las pestañas. Entonces
más despacio, entonces hay que utilizar la mano metida en la manga izquierda,
si es la manga y no el cuello, y para eso con la mano derecha ayudar a la mano
izquierda para que pueda avanzar por la manga o retroceder y zafarse, aunque es
casi imposible coordinar los movimientos de las dos manos, como si la mano
izquierda fuese una rata metida en una jaula y desde afuera otra rata quisiera
ayudarla a escaparse, a menos que en vez de ayudarla la esté mordiendo porque
de golpe le duele la mano prisionera y a la vez la otra mano se hinca con todas
sus fuerzas en eso que debe ser su mano y que le duele, le duele a tal punto
que renuncia a quitarse el pulóver, prefiere intentar un último esfuerzo para
sacar la cabeza fuera del cuello y la rata izquierda fuera de la jaula y lo
intenta luchando con todo el cuerpo, echándose hacia adelante y hacia atrás,
girando en medio de la habitación, si es que está en el medio porque ahora
alcanza a pensar que la ventana ha quedado abierta y que es peligroso seguir
girando a ciegas, prefiere detenerse aunque su mano derecha siga yendo y
viniendo sin ocuparse del pulóver, aunque su mano izquierda le duela cada vez
más como si tuviera los dedos mordidos o quemados, y sin embargo esa mano le
obedece, contrayendo poco a poco los dedos lacerados alcanza a aferrar a través
de la manga el borde del pulóver arrollado en el hombro, tira hacia abajo casi
sin fuerza, le duele demasiado y haría falta que la mano derecha ayudara en vez
de trepar o bajar inútilmente por las piernas, en vez de pellizcarle el muslo
como lo está haciendo, arañándolo y pellizcándolo a través de la ropa sin que
pueda impedírselo porque toda su voluntad acaba en la mano izquierda, quizá ha
caído de rodillas y se siente como colgado de la mano izquierda que tira una
vez más del pulóver y de golpe es el frío en las cejas y en la frente, en los
ojos, absurdamente no quiere abrir los ojos pero sabe que ha salido fuera, esa
materia fría, esa delicia es el aire libre, y no quiere abrir los ojos y espera
un segundo, dos segundos, se deja vivir en un tiempo frío y diferente, el
tiempo de fuera del pulóver, está de rodillas y es hermoso estar así hasta que
poco a poco agradecidamente entreabre los ojos libres de la baba azul de la
lana de adentro, entreabre los ojos y ve las cinco uñas negras suspendidas
apuntando a sus ojos, vibrando en el aire antes de saltar contra sus ojos, y
tiene el tiempo de bajar los párpados y echarse atrás cubriéndose con la mano
izquierda que es su mano, que es todo lo que le queda para que lo defienda
desde dentro de la manga, para que tire hacia arriba el cuello del pulóver y la
baba azul le envuelva otra vez la cara mientras se endereza para huir a otra
parte, para llegar por fin a alguna parte sin mano y sin pulóver, donde
solamente haya un aire fragoroso que lo envuelva y lo acompañe y lo acaricie y
doce pisos.
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